jueves, 23 de septiembre de 2010



Por esos días de agosto, cuando después de un largo, largo, pero muy largo tiempo; como de un año con sus doce meses; volvió a pasar por mi casa el mismo viento que el año pasado sopló y recorrió un camino largo, largo, pero muy largo para volar mi cometa.

Luego de pedirle a mi Papá muchas, muchas, pero muchas veces que hiciéramos la cometa, llegó el día de mi alegría. Compramos papel verde, este papel era verde como la esmeralda y brillaba como espejo ante los rayos del sol que rayaban la tarde. Y tuve en mis manos la anhelada cometa grande, grande, pero muy grande y subimos al cuarto piso de mi casa.

Quería compartir mi felicidad con mi papá y él quería verme feliz. Y le mostramos la cometa al viento con su larga cola como de ocho metros que yo había cortado de una camiseta que me pareció que ya no servía. El viento la saludó suavemente, la acarició, con su aire la abrazó y besó y se la llevó a trecientos metros de pita.

Estuvo lejos, lejos, pero muy lejos, pero siempre regresó. Por más de ocho días surcó los aires de Floridablanca y siempre regresó. En una noche en la oscuridad del cielo se perdió pero ella sabía que la queríamos, esa noche también regresó.
Otro día en medio de la lluvia con su cola mojada y toda emparamada también regresó.

Ahora solamente quedan los recuerdos para todos los agostos. Una tarde el viento sopló más fuerte que de costumbre y contra el techo de mi casa una caña se rompió. Remendada quiso volar pero en la casa de un vecino media cola perdió. Le arreglamos otra cola y a los trecientos metros voló y sobre un árbol verde como mi cometa para siempre se quedó.

Escrito Por
Néstor Andrés Castro Ariza
Colegio Santa Maria Goretti
Grado sexto
11 años

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